Mientras en avenida España arden los últimos neumáticos en conmemoración del día del joven combatiente, a un costado de Plaza Aníbal Pinto se repite un rito de años. Una rutina sobreviviente en medio de farmacias y bancos. Una rutina nocturna, porteña y, a estas alturas atemporal: Así es el Cinzano de Valparaíso.
Cinzano de Valparaíso

Entrar al Cinzano es cruzar un umbral. Dentro aguarda una barra larga, detrás de la cual descansan dos refrigeradores antiquísimos e hileras interminables de botellas. Algunas abiertas, algunas nuevas y otras olvidadas bajo el polvo.
Frente de la barra se eleva el nivel del local. Tras una pequeña baranda se ubican las mesas donde los clientes saborean chorrillanas, machas a la parmesana o pastel de jaiva, acompañado de ponche o borgoña. Entre las mesas pasan parsimoniosos y amables los mozos. De ritmo pausado, con su impecable camisa blanca, se encargan de ir y venir con los pedidos.
Delante de los comensales un hombre toca el órgano, otro el bajo y una mujer canta tangos. Los fines de semana el local se llena y predominan los turistas. Durante la semana los porteños recuperan el espacio y el Cinzano de Valparaíso vuelve a la tranquilidad de un viejo bar, un oasis en medio de la modernidad.
15 de abril del 2015