No estábamos muy seguros de hacerlo. Fuera de la casa llovía a cántaros y, si bien no hacía frío, era seguro que quedaríamos empapados. Dentro de la cama, todo era tibieza, conversación y lectura.

Por un momento la lluvia amainó, nos cambiamos de ropa y partimos, esta vez en dirección a Lican Ray. Bastó con que saliéramos de la casa para que las nubes dejaran caer una lluvia estrepitosa, exaltada por el viento. Sin ver casi nada y con la frescura del agua en el cuerpo seguimos hacia delante.
Con viento en contra, lluvia y una pendiente; no quedó más que resignarse y seguir trotando a paso suave, como si la lluvia no existiese. En el trayecto doblamos por un camino de tierra que llevaba hacia el volcán. Troté diez minutos y me encontré con un toro pastando entre los matorrales.
La bestia dejó de masticar, alzó su rostro y me quedó mirando con cara de pocos amigos. Me detuve a dos metros de él, di media vuelta y volví sobre mis pasos.
En el camino me encontré con Macarena e iniciamos el regreso a casa. Ya sin lluvia y desde la parte superior de la pendiente, pudimos ver las nubes sobre el lago Calafquén, asomando tras el follaje verde de los árboles. De regreso tuvimos el viento a nuestro favor.
19 de mayo del 2013