El lago Calafquén estaba inmóvil, los turistas se subían a un catamarán y a unos metros de ahí la península de Lican Ray descansaba impávida, pulmón verde sobre el agua.



7 años atrás el paisaje era el mismo. Pero nosotros éramos otros. Yo trabajaba en algunos proyectos sociales y Macarena estaba a punto de terminar la carrera de psicología. Se mantiene igual mi gusto por la lectura y la fotografía, nuestro afán por viajar.
Lo que sí cambió fue mi forma de entender el mundo. Mi visión crítica de la realidad se fue apaciguando, aumentó mi escepticismo y bajaron las varas de mis ideales. Al mismo tiempo que fui echando raíces y aprendí a ser feliz, aceptando ciertas contradicciones que son inherentes a nuestra condición de seres humanos.
Mientras tomaba un café cortado y divagaba sobre el paso del tiempo, comenzó a llover.



El sur me pone melancólico. La belleza de los paisajes naturales, los recuerdo de los viajes en la juventud y la infancia, la lluvia imprevista y el ritmo más pausado de la vida en vacaciones se confabulan y fomentan un agradable estado de contemplación.
Silencio, lluvia y algo de viento.
Minutos después llegó Macarena acompañada de mis primos. Entonces la melancolía dio paso a la conversación y al gusto de estar en familia. Regresamos a la casa frente al lago y preparamos una comida para el almuerzo.
12 de mayo del 2013