

Vicuña, fundada sólo unos años después de que Chile declarara su independencia respecto de España, mantiene ese aire rural que tanto nos caracterizara como país antes del boom de los mercados abiertos y la globalización.



Vicuña es pequeña, calurosa y caminable. La ciudad más importante del Valle de Elqui sigue libre de edificios y semáforos. En su plaza predomina la imagen de una bella iglesia y una pequeña torre de madera, sede del antiguo cabildo.
La tranquilidad de la plaza se ve quebrada por la música chilena en alto parlante que nos recuerda que es temporada alta. A pesar de las cuecas forzadas y los ritmos rapanuis, las personas aquí siguen como si nada. Con esa parsimonia que sólo el campo chileno te puede dar.
Aquí me es imposible no recordar la frase de Don Carlos, abuelo de Macarena y oriundo de La Ligua, quien parado en el acceso de su tienda de chalecos miraba hacia a la calle, respiraba profundo y decía: “Así es la cosa”. Y luego esbozaba una sonrisa.



Esa misma sensación de paz y tranquilidad es la que evoca un primer paseo por la pequeña y patriótica Vicuña, un bello ícono de cuando en Chile las cosas eran más simples y livianas. Con más plazas tranquilas y menos centros comerciales, más peatones y menos autos.
Se siente bien volver aquí, donde viajé a dedo casi 20 años atrás.
14 de febrero del 2019