Cada 20 minutos salen los buses de Vicuña a Pisco Elqui. Cuestan $2.000 y usualmente en ellos viajan habitantes del Valle de Elqui y algunos mochileros. El resto de los turistas se moviliza en sus propios vehículos, atestando a ratos las pequeñas calles de los pueblos.
Desde que me separé decidí no tener vehículo propio. Amo caminar y si bien el transporte público en Chile deja mucho que desear, es una de las mejores instancias para convivir con personas que de otra forma no vería: trabajadores y trabajadoras de todas las áreas, profesionales, escolares y universitarios. Y si estoy de viaje, mejor todavía.



De Vicuña a Pisco Elqui
En el bus íbamos algunos agricultores, estudiantes y mochileros a toda velocidad por las curvas que se internaban dentro del Valle. Bordeamos el embalse Puclaro, viñas, cerros áridos y algunas hileras de casas aisladas. Pasamos por Paihuano (centro administrativo de la comuna del mismo nombre), Montegrande (donde viviera su infancia Gabriela Mistral), el acceso a Cochiguaz (donde fui la primera vez que visité el Valle) y finalmente llegamos a Pisco Elqui, mi destino final.



Al bajar de la micro retrocedí 20 años. En la plaza del pueblo sonaba un disco de Los Tres, un par de jóvenes jugaban al diablo y en algunos puestos de artesanía vendían atrapa sueños. Acomodé la mochila sobre mis hombros, me maravillé con la presencia de una hermosa iglesia sobre la plaza, rodeada de árboles frondosos al atardecer. Busqué una banca y me acomodé un rato, antes de partir en busca de un camping para armar la carpa y pasar la noche.
Las únicas diferencias respecto hace dos décadas atrás es que esta vez no llegué a dedo, estaba dispuesto a pagar por un lugar para pasar la noche y ya no tenía 20, sino casi 40 años.
21 de febrero del 2019