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Iemanja: Fiesta de la vida

A medida que más viajo, menos planifico mis viajes y trato de abarcar menos. No podría pretender conocer un lugar en 5 días. Pero en 10 quizá esté menos apresurado y me pueda aproximar más pausadamente a las cosas que llamen mi atención. 

Los check list no son buena idea para los viajes. Quizá sirvan para el supermercado o para dejar tranquilo a un jefe controlador en la pega. Pero para los viajes, no.

Salvador de Bahía, Brasil
Largo Cruzeiro do San Francisco
Salvador de Bahía, Brasil
Rua Portas do Carmo
Salvador de Bahía, Brasil
Elevador Lacerda

De qué llegué a Salvador un par de personas me mencionaron que el 2 de febrero era el día de Iemanja y que habría fiesta en Río Vermelho. Ya caminado Pelourinho y subido y bajado por el Elevador Lacerda, no era mala idea salir de la zona de confort turística e ir a una actividad tradicional de los bahianos.

Luego de extender mi desayuno casi por dos horas y escribir para Apuntes y Viajes, le pregunté al recepcionista del hotel BahiaCafé cómo hacía para llegar a la fiesta sin Uber ni taxi. Amablemente me explicó que debía tomar la micro 1030, en un paradero cerca del Elevador Lacerda.

Para allá partí. Le pregunté al inspector de las micros y me hizo subir al bus que estaba estacionado en el lugar (y que no era el 1030). El chofer me avisó para bajar y en el lugar me sumé a una hilera de personas avanzando junto al río, muchas iban de blanco. A los 20 minutos desembocamos en un mar de gente y tambores.

Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho
Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho
Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho

Me encantan los rostros de las bahianas, en especial las negras y mulatas. Los peinados, los tatuajes, la actitud segura de sí. Amo la diversidad y Bahía es una rica amalgama de colores de piel y estilos distintos, sin que la edad sea una limitante para aquello, otra cosa que me encanta de los brasileños en general.

Metido en el mar de gente, me hice a un costado e intenté capturar algunos rostros y actitudes, mientras sudaba y cuidaba mis pertenencias. (Nunca me han robado en un viaje, pero sí en Valparaíso hace poco tiempo, lo que me tenía muy susceptible).

Hice algunas fotos, comí colaciones que elaboré durante el desayuno (una manzana, un plátano y un sándwich jamón queso), bebí una cerveza y pensé si ya estaba bien de fiesta o continuaba con el río de gente.

Me lancé al río. Y esta vez llegué al mar de verdad. Junto a la playa me detuve a observar capoeira, ya no para turistas. Sin fotos entre medio, volaban las patadas al ritmo que la contraparte las esquivaba y luego las devolvía. Choque de manos y cambio de rivales. Menos de un minuto y cambio. Abrazo, sonrisa y un nuevo contenedor al ritmo del berimbau. Aquí los rostros también eran negros, pero estaban curtidos de golpes y cicatrices de cuchillos.

Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho
Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho
Salvador de Bahía, Brasil
Rio Vermelho

Continué hacia el mar y encontré justo lo que necesitaba para mi alma herida por las rudezas del puerto y la vida política universitaria (Trabajo hace 11 años en una universidad y ya no soy feliz ahí).

Cuando hago fotografías logro conectar con la trascendencia de lo que fotografío. Eso me sucede en situaciones cotidianas, pero también religiosas. Me sucedió en templos budistas y ante las obras de arte que guardan algunos templos católicos.

Pues bien. Luego de los luchadores y luchadoras de capoeira llegué metiéndome entre la gente hasta el borde de la playa y me encontré con las ceremonias de Iemanja. Bajo distintos toldos, mujeres de blanco, hombres de colores y hombres con vestidos daban bendiciones y abrazos a quienes se acercaban. Las oraciones se mezclaban con cantos y tambores. Por un momento me imaginé en África.  

Sólo me quedé ahí observando y haciendo fotografías. Hasta que bajo uno de los toldos comenzaron a sonar las trompetas y los tambores. Me sentí como dentro de una película de Kusturica. Seguí a la hilera de músicos, subí las escaleras, trepé en una saliente de cemento y por un momento pude observar los dos mares: el de gente y el acuático. Y entre ambos estaban los sacerdotes paganos honrando a Iemanja. A pesar de la colonia y de todas las Iglesias que adornan el paisaje de Pelourinho. A pesar de la inquisición y la esclavitud. ¡Acá estaba la fiesta de la vida!

Y si ellos y ellas pudieron resistir y reinventarse bajo regímenes del terror y opresión religiosa. ¿Por qué yo no podría hacerlo bajo la figura de un jefe déspota con nombre de apóstol y pasado mercurial?

Volví al río de gente y de ahí al paradero. Esta vez fue un vendedor de agua el que me indicó la micro que me servía (Y por supuesto no era la 1030).

2 de febrero del 2019

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Salvador de Bahía - Bahía, Brasil

Por Hernán Castro Dávila

El amor por los viajes, la escritura, la fotografía y la comunicación me ha impulsado a forjar mi propio camino dentro del periodismo. Creo en nuestra capacidad de expresión como ciudadanos del siglo XXI. Yo la practico desde mi blog, las redes sociales y la educación. Si queremos que este mundo cambie, debemos comenzar por nosotros mismos.

2 respuestas a «Iemanja: Fiesta de la vida»

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