Mientras caminamos bordeando la bahía, los griegos disfrutaban del sol invernal en la terraza de un bar bebiendo cerveza, un hombre vendía frutas y verduras en un barco, y un pintor registraba silencioso el paisaje que nos rodeaba a todos como en una película en pausa, donde el tiempo no existía.
Luego de la caminata buscamos un pequeño restaurante en medio del mercado y pedimos dos ensaladas griegas. La ensalada griega es bien similar a la que comemos en Chile, sólo que en Grecia el queso se llama «feta» y va entero sobre la lechuga y el tomate, bañado con aceite de oliva y un toque de orégano. Ya que no había cerveza Mythos, pedí una cerveza holandesa, Amster, y un vaso de Fanta, muy distinta a la que tomamos nosotros, con menos azúcar y poco colorante, casi transparente.
De fondo nos sirvieron un «boiled octupus»: un pulpo cocido en su tinta con pequeñas cebollas. Su aspecto no era muy amigable, sobre todo por los pequeños tentáculos. Pero si uno miraba hacia otro lado y se concentraba en el paladar sentía una carne blanda y suave, el sabor fuerte del aliño y unas cebollas que se deshacían en la boca. Macarena, en tanto, pidió un plato de «red mullet»: pequeños pescados del Mar Egeo, servidos completos (con sus cabezas y colas), fritos, de rico sabor y elevado precio.
De esta manera recuperamos energía y nos preparamos para seguir recorriendo Isla Egina.
22 de agosto del 2012