Cada vez que salgo de yoga y regreso a las calles de Valparaíso me siento más liviano y lento, como si el ritmo acelerado del centro de la ciudad no alcanzará a tocarme. A esto se suma una gran sensación de hambre. Luego de dos horas de ejercicios, relajación y asanas mi cuerpo necesita una buena porción de comida. Así fue que descubrí el yoga en Valpo.
Yoga en Valpo



El yoga fue el primer deporte que practiqué de manera voluntaria y sistemática. Había egresado hace poco de periodismo, trabajaba en una ONG y de pronto me encontré con un cartel en el centro de Valparaíso. Consulté el costo, me compré un pantalón de buzo negro y contraté un mes. Debo decir que me hizo bien. Dejar de pensar por un rato, respirar profundo y elongar de todas las formas posibles me sacó de la realidad gris que me rodeaba.
El primer año de yoga dejé de fumar y reemplacé la angustiante nicotina por bocanadas de aire y sorbos de agua, la mejor combinación para bajar la ansiedad y mantenerse en calma.
Seguí yendo y viniendo entre Viña del Mar y Valparaíso. En el camino descubrí el gusto por el trote al aire libre y las idas al gimnasio. Finalmente las endorfinas se transformaron en la mejor manera de quemar el estrés y despejar la mente.
Algún tiempo dejé de hacer yoga, pero siempre vuelvo. En general la actividad física me hace sentir bien, pero el yoga además me equilibra. Cuando cierro la puerta de la GFU tras de mí, la ciudad se dibuja acelerada pero distante. Una película a alta velocidad de la que me protejo a paso lento, música en los oídos y una sonrisa.
22 de mayo del 2015