

Brenda había leído de una feria, así que para allá partimos desde Pelourinho. Bajamos por el elevador Lacerda y tomamos un bus hasta el Mercado Sao Joaquim. Luego de cruzar una calurosa y ancha carretera de cemento llegamos a un mercado de frutas, verduras y figuras de aruxá.



Tras dar una vuelta y hacer algunas fotos nos encontramos con un joven publicista y un performista. Brenda se puso a conversar y el hombre nos pasó un conjunto de fotografías donde aparecía él tendido en el barro, en primer plano y desnudo bañándose en la vía pública. La oferta eran tres fotos por 10 reales que Brenda y yo rechazamos amablemente.
Hicimos algunas fotos más del mercado y Brenda me propuso ir a “Igreja do Bonfin”, pero esta vez a pie. Así que para allá partimos por la carretera de cemento, sudando a destajo y hablando de la vida. Delante nuestro iba la misma pareja de la feria, nos saludaron y nos invitaron a la playa.

Claro, Brenda como buena brasileña iba con un traje de baño en su pequeño bolso. Yo en cambio iba con short y zapatos de trekking, ya que mi destino original era Pelourinho y no la playa. Ya instalados en una mesa en plena playa y rodeado de bahiános sentados en sillas y mesas similares a la muestra, nuestros nuevos compañeros comenzaron a pedir cervezas y yo los acompañaba bebiendo solidariamente. A los minutos los tres estaban en el agua y yo muerto de calor. Al rato regresó el más joven y me invitó a bañar.
Nada que hacer, me saqué las zapatillas, la polera, ajusté el short y me lancé al agua. ¡Estaba maravillosa! De regreso en la mesa pedimos unas cervezas más y luego partimos en busca de la iglesia.



Atravesamos la lengua de asfalto y llegamos a una plaza con muchos jóvenes vagabundos tendidos en colchones sobre el pasto y la tierra. Pasamos entre ellos e hicimos parar un taxi que nos dejó en la “Igreja do Bonfin”. Ahí nos separamos de nuestros amigos y quedamos con Brenda.
La estructura de la iglesia se imponía sobre la colina y alrededor de ella una reja sostenía miles de pulseras de colores. Oímos algo de la misa, pasamos al baño y seguimos nuestro camino.



La próxima parada fue el “Forte de Nossa Senhora de Monte Serrat”. Luego de caminar unos 20 minutos llegamos al fuerte, lo bordeamos y terminamos en un pequeño muelle donde paseaban familias y los jóvenes se lanzaban al mar. Ahí aproveché de almorzar un sabroso plato de comida bahiana y luego reposamos en el borde del muelle junto a un viejo pescador y los chicos que iban y venían.
Antes de partir de regreso a Pelourinho nos detuvimos a ver un grupo de capoeira, mientras se ponía el sol. Luego vino la espera de micros, otra caminata, el elevador Lacerda y acompañar a Brenda a una última micro.
Le agradecí su compañía y guía en la aventura urbana por Salvador de Bahía, fue un día inolvidable. Regresé al hotel, me tomé una caipiriña y dormí como un niño.
5 de febrero del 2019