8:30 am. Está helado y el silencio del lago Pellaifa nos recibe una mañana de verano para apreciarlo en toda su magnitud, antes de la llegada masiva de turistas.
El bosque hundido del lago Pellaifa
Un sereno kayakista surca sin apuro sus aguas cristalinas y las risas de un grupo de niños que juega en medio del bosque hundido, interrumpen la postal matutina.
Subimos a la embarcación de Maximiliano Aillapán, quien nos cuenta la historia de este lugar. En medio del agua sobresalen los troncos de lingues, coihues y ulmos, mudos testigos de lo que fue el avance del nivel de las aguas del lago tras el terremoto de 1960, que provocó la caída de los cerros que lo rodeaban.
La chimenea sumergida de una casa de la época es posible observar mientras la embarcación la rodea, la que terminó de quedar selputada por el agua con el terremoto de 2010.
El padre de Maximiliano Aillapán es uno de los sobrevivientes de cuando el bosque quedó sumergido y, pese a aquello, continúa viviendo a orillas del Pellaifa como una especie de guardián.
Maximiliano nos invita a conocer una pequeña cascada ubicada en algo así como el patio de la casa de su padre. Y como le caímos bien, caminamos por el hogar de coipos en un pequeño humedal.
El recorrido duró dos horas y media, acompañados por una vegetación maravillosa que solo llama a contemplarla para cuidarla.
Desembarcamos en la playa del lago donde disfrutamos de sus cálidas aguas en compañía del bosque hundido.
